(Publicado en la desaparecida Espacio Lesbia)
Tranquilas, que esto no va de cucarachas.
Como buena bollera que soy, siempre llevo el radar alerta y apuntando a cualquier chica susceptible de ser homosexual, especialmente cuando estoy en el barrio de Chueca, ya que allí la señal se intensifica. Conocéis el protocolo: ella se acerca, intercambiáis miraditas de complicidad y finalmente cada una sigue su camino como si nada acabara de suceder. En algunas ocasiones os cruzaréis con un grupito de chicas o, lo que es más común, con una pareja. La ceremonia de las miraditas vuelve a repetirse, pero en este momento a mí hay algo que me perturba:
¿Eran pareja, amigas o hermanas?
Seguro que sabéis a qué me refiero. Dos chicas se conocen, se gustan, comienzan a salir y una mudanza más tarde se han convertido en gemelas. En cualquier relación, ya sea de amistad o de pareja, hay un intercambio cultural en el sentido más amplio de la palabra. Se contagian gustos musicales, intereses sociales e inquietudes de todo tipo. Hasta ahí todo “normal”. Pero hay un eslabón perdido en esa cadena hacia la metamorfosis total y por más que lo busco no lo encuentro. Creo que va más allá de la identificación porque no se trata de un colectivo al que se quiera pertenecer, si no de una relación amorosa.
Tampoco me queda claro si son las dos partes las que se mimetizan y aportan algo, formando al final una personalidad entre las dos o si es una de ellas la que se convierte en la otra. En cualquier caso, no le encuentro el sentido. Lo bonito de tener novia es que te complemente, que entre las dos forméis el equipo perfecto, no que alguna digievolucione como un Pokemon y se convierta en el reflejo de la otra.
Esto no es exclusivo de las lesbianas, también se da mucho en los chicos homosexuales. Quizá os parezca una gilipollez pero, ¿será porque nos podemos intercambiar la ropa? ¿O porque al ser del mismo sexo alcanzamos una conexión brutal que nos obliga a mimetizarnos? El caso es que es indiferente la pluma que tengas y el rollo que lleves. Un día te quedas a dormir en su casa, te presta una camiseta ¡et voilà! Ya eres otra persona, eres ella.
Ahora me paro a pensar en una novia que tuve. Estaba muy pirada, era una psicokiller en toda regla y la cosa terminó de una manera muy chunga, con drama y amenazas de suicidio de por medio. Recuerdo que hubo un momento de la relación en que noté que ocurría algo raro. Ella estaba cambiando y mucho. Ya sólo escuchaba mi música, vestía como yo y me pidió el número de teléfono de mi peluquero. No me gustaba nada lo que ocurría, no era capaz de entenderlo ni de afrontarlo. Como os decía antes, la cosa acabó mal así que no he podido comprobar como terminó su metamorfosis. Lo más probable es que ahora este con alguien, chupándole la personalidad como si fuese un vampiro.
Hay mucho de social y algo de científico en todo esto, así que si alguna entendida se anima a explicármelo, le estaré muy agradecida.
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