Últimamente pienso mucho en lo cruel que es la sociedad con las mujeres, especialmente con las mujeres solteras, especialmente si has pasado de los 35. Nos han metido algo en la cabeza desde pequeñas, una idea de familia perfecta edulcorada por las películas de amor donde todo siempre acaba maravillosamente. Y tú sabes que el cuento no es cierto pero no puedes evitar verle las orejas al lobo.
Si vives en un pueblo o tienes en tu familia gente poco discreta y bastante metijosa, la presión aumenta exponencialmente con comentarios del tipo «se te pasa el arroz» o, como me decía mi abuela (y me sigue diciendo porque para ella soy heterosexual y, por supuesto, nunca tendré novio): «la que a los 20 no tiene novio, se tira por un barranco y ama al demonio». Yo tengo 35 palos, así que imaginad la de veces que me ha tirado por el barranco ya.
La cosa es que últimamente me molesta mucho ver cómo mujeres fuertes, que le echan un par de ovarios a la vida, que han superado tragedias familiares, que tienen puestos de responsabilidad, que son extremadamente inteligentes, se sienten como una mierda en lo personal por esta presión social. Y lo peor no es que se sientan como una mierda, lo trágico es que acaban echándose en los brazos de la primera persona que les pone ojitos y casándose o embarazándose precipitadamente por miedo a dejar pasar el que creen podría ser su último tren.